El 4 de agosto publicó el periódico El Mundo un artículo titulado “Orgullo y humor del hidalgo”, como tercera entrega de “En el camino del Quijote, 400 años después”, emulando a Azorín. En esta ocasión, el autor visitaba Alcázar de San Juan, donde resido, así que no pude sino leerlo con acuciante interés.
Cuál fue mi sorpresa encontrar que un artículo de El Mundo hacía de manera reiterada comentarios un tanto ofensivos que me tocaban la fibra sensible. El autor no solo aludía a tópicos regionales fáciles del tipo andaluz gracioso, sino que tachaba de risible ser oriundo de La Mancha y afirmaba que esta tierra produce genialidad y fertilidad artística a partir de miseria. Se sorprendía de encontrar Alcázar desierto un día de junio a la hora de la siesta y hallaba humorístico el acento de una señora que le indicó una dirección.
Me llamó la atención que un escritor de El Mundo recurriera al insulto dibujado de ironía para aumentar el interés de su trabajo, que confundiera la Oficina de Turismo con el Museo Cervantino de El Toboso, que viera lápidas castellanas en vez de lápidas Castellanos y que, siendo de Madrid, se perdiera de vuelta al hotel donde se alojaba.
Me figuraba que se precisaba de una formación considerable para entrar en un periódico como El Mundo, pero qué voy a pensar a estas alturas cuando para ser gobernante no tienen por qué tenerse ni estudios. Seguro que los periodistas visitan capitales europeas y, cómo no, Nueva York, y que manejan al menos una segunda lengua, o eso espero. Pero por qué acercarse a un pueblo manchego al que difícilmente puede haber llegado lo que el autor conoce por civilización. Quién va a vivir allí sino los mismos manchegos que conoció Cervantes.
El manchego ha vivido privación, como mucha gente la vivió en España y, por desgracia, la está viviendo ahora. El manchego emigró a las grandes ciudades y a otros países y sintió abandonar su pueblo y su gente, por muy miserables y áridos que fueran. Le resulta raro al manchego conocer a un madrileño que ha nacido, crecido, trabajado y muerto en Madrid. Pero cada persona tiene un recorrido en la vida. Y ya no se estila lo de descubrir un pueblo aislado del hombre blanco.
Alcázar está a 150 km de Madrid y su estación ferroviaria se inauguró en 1854, constituyendo uno de los principales nudos ferroviarios de la red nacional. El alcazareño va a comprar muebles suecos al mismo sitio que usted y tarda el mismo tiempo en llegar, pero quizá no lo reconozca en suelo capital porque su acento no es uno de los más llamativos de España. Pero quien quiere reírse ve gracia por doquier.
Pues lo cierto es que, le guste o no, hay una partida bautismal a nombre de Miguel de Cervantes en la Iglesia de Santa María la Mayor. Que no digo yo que no naciera en Alcalá de Henares, pero tampoco puede decir usted que no fuera bautizado en Alcázar.
Qué pena que no apreció usted el refectorio que hay en el Hotel Convento de Santa Clara o las rejas de las ventanas de las celdas, por las que siente uno estar verdaderamente de clausura. Le sorprendería saber que Alcázar tiene Escuela de Idiomas, Conservatorio Superior de Música y hasta sede de la UNED. Es cuna de deportistas y centro de investigación médica. Si supiera cómo cunde el tiempo en esta ciudad. Y si deja uno a la vista unas gafas de sol en el coche, siguen allí al día siguiente. Seré yo muy enamoradiza o usted no ha alcanzado a ver la belleza de la soledad de las calles, las fachadas y balcones de las casas del casco urbano, la historia del barrio que circunda el Torreón almohade del Gran Prior, la magia de los molinos, la singularidad del complejo lacunar y el esplendor de los mares de viñas en esta época del año. De lo que no me cabe ninguna duda es de que no ha captado el significado de El Quijote.
Creo que al final encontró lo que quería, porque Alcázar es tremendamente versátil. Si quiso reencontrarse con el “Volver” de Almodóvar, lo vivió, con Blanca Portillo incluida. Alcázar es ciudad y pueblo, tierra y campo, gastronomía y ecología, compras, ocio y negocio.
A todos nos gusta que nuestra ciudad salga en un periódico como El Mundo. Pruebe la próxima vez a entablar más conversación con los lugareños, como usted nos llama, aunque no todos seamos de aquí, extranjeros incluidos, ni a todos nos vaya vestir sandalias y tirantes, ni queramos descender del Cid.
√ Rebeca García Agudo