Acumulando años

Hace mucho que no escribo y es que estoy intentando encontrar mi sitio llegando a la cuarentena. Me hallo en la edad en que me persigue la juventud y me saluda el envejecimiento. tronco-hojas-otonoPara los de arriba tengo toda la vida por delante, pero los de abajo me ven bajando la cuesta. Parece que aún puedo subirme a cualquier tren, aunque siento que no me va a dar tiempo a coger otros. Decían nuestros mayores que no se alegraban de cumplir años y… ya nos ha tocado a nosotros decir lo mismo. Los hijos crecen y nosotros, con ellos. Otro año más como si hubiera magia en el ambiente… Mentira. Los días, semanas y años se suceden sin pausa ni perdón y las alegrías y problemas no cambian según las fiestas que celebremos.

Las tareas pendientes esperan en un montón alto sobre la mesa. Mañana vuelvo al trabajo con la mitad de los propósitos cumplidos que prometí realizar en las vacaciones. Los chicos discuten por los juguetes, la casa se ensucia y la basura se llena con extraordinaria rapidez. No es posible que ensuciemos tantos platos, como si nos pasáramos todo el día comiendo. Pensar el menú de cada día se convierte en un suplicio.

Leí hace poco un estupendo artículo de Hayley Hengst que afirma que esta etapa de la vida es dura. No imagino siquiera jugar a aplicarme esa frase cuando Siria y sus refugiados nos recuerdan que tenemos que dar gracias por todo lo que vivimos y poseemos. La crisis económica europea nos ha enseñado también a no quejarnos por el trabajo que tenemos, el coche que conducimos, la luz que podemos pagar, la casa  en la que dormimos. Realmente somos unos mimados caprichosos. Sin embargo, por mucho que lo pienso reconozco que nunca antes hubo padres como nosotros.

Leímos libros sobre el embarazo, sistemas de educación del sueño (Estivill vs González) y hasta sistemas educativos (finlandés, Montessori, Waldorf, etc.). Sabemos de otitis, virus gastrointestinales, fiebres dentales, varicela, dermatitis atópica. Queremos trabajar y no renunciar a una familia numerosa. Nos negamos a contratar cuidadoras que nos reemplacen por la tarde porque deseamos educar a nuestros hijos en todos los aspectos de la vida y agotar juntos las horas del día: queremos ayudarles con las tareas, ponerles la merienda, llevarlos a las actividades extraescolares, ducharlos, darles de cenar y leerles un cuento antes de dormir. Como si cada día que pasamos con ellos fuera el último.

Queremos ser los/as mejores en nuestra profesión. Es culpa del estado si no tenemos conciliación familiar. No tengo que pasar tantas horas en la empresa, ¡existe el teletrabajo! Si hay que reunirse en Estocolmo, allá que yo voy. Mi marido me sustituye en casa, porque él vale por dos, o por tres, por los que haga falta. Jamás existieron súper hombres y mujeres que cogieran la azada en el jardín, cambiaran un pañal, hicieran una paella, jugaran al pádel y realizaran una colonoscopia en la misma semana. No importa si nos casamos a los veinte o a los cuarenta, tuvimos un hijo con facilidad o nos retrasamos por infertilidad, si superamos un aborto o una enfermedad, vivimos solos o con la abuela al lado. Alguien nos ha metido la idea de que podemos tenerlo todo y hacerlo todo. Solo está al alcance de la mano.

A esta edad no se casan las amigas. Ahora las nuevas relaciones se juntan y se rompen o asistimos al divorcio de los que se casaron antes. Cada vez hay menos bebés. Los hijos de todos se hacen mayores. Las conversaciones versan sobre canas y flaccidez, el plan de jubilación o qué coche nos compraremos después de haber tenido un Ford y un Volkswagen. Está feo preguntar por un curso: ¿para cuál de tus hijos? No, es para mí. ¿Para ti? Como si me hubiera vuelto tonta, la vida se hubiera parado y ya solo importaran las aficiones de los hijos o su formación. La sociedad nos condena a una vida intelectualmente pasiva a los cuarenta dentro de un cuerpo que se asemeje a los veinte. Modificar una situación estable se torna locura. Agárrate a una vida estática de obrero, currando más de la mitad de tu jornada por una hipoteca o una universidad, con una necesidad de desahogo desenfrenado en consumismo, juerga o pecados, porque no se nos ocurrirá otra manera de soportarlo.

Paremos. Pensemos. Detengámonos a recapacitar, a estudiar nuestras prioridades, a ordenar nuestro día, a querernos y reservarnos un espacio. Tiempo para nosotros, para la pareja, para los hijos. Tiempo para trabajar, para disfrutar, para delegar. Nadie puede aguantar esta espiral de trabajo físico y mental. Con tanta presión por la perfección como hija, madre, esposa y mujer trabajadora, no hay un minuto para admirar la etapa que estamos viviendo. Coge aire, que hay que seguir.

Rebeca García Agudo

2 Comments

  1. Muy acertado este artículo. La crisis de los 40 es muy dura. Sin embargo, cuando se pasa, ya todo se convierte en cuesta abajo hasta llegar al final. Anímate porque cumplir años no es para mal, siempre será para bien. Todos los problemas se van solucionando, todas las dificultades se van superando, los hijos van creciendo y al final nos volvemos a reencontrar. Muchas gracias por el artículo y mucho ánimo para seguir adelante.

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