Se acerca el 8 de marzo y se nos llena la boca defendiendo a la mujer.
Para mí este día no tiene ningún significado. No lo ha tenido nunca. Ese día no ha cambiado nada en mi vida desde que nací. Es más, le dan nuestro género a un día del año y creen que con eso nos proporcionan un lugar en el mundo. Sin embargo, nuestro rutina sigue igual o, lejos de mejorar, empeora en algunas circunstancias.
Si realmente deseamos un cambio, por mucho que nos duela tenemos que manifestarnos en nuestro entorno. Debemos enfrentarnos a nuestros padres, nuestros maridos, nuestros hijos, nuestros suegros, nuestros hermanos, nuestros cuñados, nuestros tíos, nuestros primos, nuestros jefes, nuestros compañeros de trabajo, nuestros conciudadanos y todos los hombres con los que nos cruzamos en un momento de nuestra vida.
No cesan los momentos oportunos para responder ante un menosprecio, un insulto, una humillación. Toda mujer ha vivido o vivirá la burla, la indiferencia o la ofensa en algún instante de su vida. Quizás incluso ni se da cuenta de ello, porque nos han educado en la normalización de un tipo de trato. Nos han hecho seguir un modelo de belleza, de vestimenta, de conducta, un rol de compañera, de madre, de vecina, de trabajadora.
He tenido que escuchar muchas cosas, en oído propio y ajeno. En parte, había algo de verdad en ello. Las mujeres no son iguales a los hombres. No lo son. Somos diferentes. Nos caracterizan unas cualidades únicas que a lo largo de la historia solo se han usado en beneficio del hombre. Las asociaciones, el voluntariado y la asistencia sanitaria están ocupados mayoritariamente por la mujer. Hemos nacido con el don de cuidar, de anteponer los demás a nosotros, de desvivirnos por la familia y quedarnos siempre al final, si resta espacio para nosotras. Estamos dotadas con la paciencia, el optimismo, la perseverancia. Somos el sexo fuerte. Pero la capacidad de dar que tenemos nos ha llevado a someternos, aguantar y resignarnos.
El día de mañana no quiero que mi hija pierda un trabajo por ser el recipiente y alimento de una nueva y milagrosa vida. No quiero que sus compañeros vean en ella un cuerpo, la miren por encima del hombro, la interrumpan en una conversación o se levanten y vayan al baño cuando es su turno de palabra. No quiero que se le niegue la promoción a un puesto directivo. No quiero que su marido tome decisiones por ella, baje su autoestima o haga de su día a día un infierno. No quiero que tenga miedo de andar sola, de escoger su camino o de brillar como estrella que es.
Mañana, como todos los días, volveré a levantarme y a luchar en mi entorno. Porque ahí fuera no hay nadie que lo haga por mí. Solo espero, mujeres, encontraros en el mismo campo de batalla.
√ Rebeca García Agudo
Que la lucha continúe y al final se pueda cantar victoria. Muchos granos de arena hacen una montaña.
Me gustaMe gusta